ASALTO ESTADOUNIDENSE A LAS LOMAS DE SAN JUAN (1898)

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El ataque a la Loma de San Juan, por Charles Johnson Post (1873-1956), soldado del 71º de Infantería Voluntaria de Nueva York.U.S. Army

En la guerra de Cuba de 1898 destacaron como principales hechos de armas la batalla de El Caney (1 de julio de 1898), la naval librada dos días después frente a la bahía de Santiago y la de las Lomas de San Juan, sucedida el mismo 1 de julio. Este último combate fue el más sangriento de la guerra, y en especial para el bando atacante estadounidense, que pese a terminar el día como vencedor tuvo un número de bajas cuatro veces superior al español, que defendía las mencionadas alturas, desde las que se tenía a la vista Santiago de Cuba.

El 6º Regimiento de Infantería fue uno de los principales protagonistas de la carga contra la cima principal, en la que destacaron asimismo el 24º de Infantería y los jinetes negros del 10º de Caballería, regimiento que participó también en el asalto paralelo a la colina vecina que luego se bautizaría como Kettle Hill (Colina Caldera). Esta última acción sería utilizada de forma maestra por el futuro presidente Theodore Roosevelt, quien comandó durante la batalla a los jinetes voluntarios conocidos como Rough Riders (Jinetes Rudos), para cimentar la carrera política que le daría acceso a la Casa Blanca en 1901.

Tras la batalla de las Lomas de San Juan, el teniente primero del 6º de Infantería Edwin T. Cole escribió una larga carta de 12 páginas dirigida a su mujer, que aquí reproducimos en castellano, respetando su estructura original:

Querida esposa mía: es con devoto agradecimiento que puedo escribirte ya que, sin duda alguna, el otro día estuvo a punto de llegarme mi hora. Resultó simplemente aterrador, y fuimos sacrificados al intentar llevar a cabo contra efectivas y modernas armas cortas lo que hasta entonces se consideraba únicamente un último recurso. Piensa en la famosa Lookout Mountain, en la que el enemigo tenía rifles que podían ser disparados dos veces por minuto. Nuestro enemigo tenía rifles de largo alcance que fueron disparados dos veces por minuto. Aun así, se nos ordenó subir y tomarla sin intento alguno por flanquear o maniobrar. Salimos a las tres en punto de la madrugada y sobre las siete nos topamos con dos de nuestros cañones que estaban en posición y presenciamos el comienzo del combate. Disparaban y el enemigo los respondía, y los proyectiles estaban estallando justo sobre ellos. Nos detuvimos a unos cuarenta y cinco metros de distancia y vimos a varios soldados desplomados y luego marchamos a lo largo de su línea de fuego, justo bajo los proyectiles que explotaban. A aquellos de nosotros que éramos novatos esto nos pareció un asunto bastante delicado. Poco después de aquello tuvimos a la vista un blocao en la cima de una colina y fuimos colocados en orden de combate. El croquis te dará una idea.

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En la parte superior de esta cuartilla se aprecia el croquis dibujado por el teniente primero Cole. Col. particular

Nosotros fuimos emplazados primero en el denso matorral que había a la derecha de la línea y varios de los del regimiento en diferentes partes. Todo aquello era barrido por el fuego. A continuación, fuimos colocados de forma sucesiva en campo abierto. En un momento dado, la Compañía A, a la que me uní cuando comenzó el combate, se encontraba en el campo que he marcado en el croquis. Yo estaba donde se halla el punto y, por alguna razón, ninguno de los soldados en mis inmediatos alrededores resultó alcanzado, pero la diestra fue hecha toda pedazos y tuvo que retirarse y nos dejaron solos y tuvimos que correr en busca de refugio. Al intentar pasar la alambrada quedé atrapado por el cinturón de mi sable y durante treinta segundos fui el único soldado a la vista de los españoles y fue un milagro que no resultase alcanzado veinte veces. Un soldado llegó hasta mí y desabrochó mi cinturón y pude pasar. Unos diez minutos más tarde pasamos por la alambrada y fuimos a por ellos. El capitán Wetherill cruzó por la brecha y yo lo seguí. Algunos de los soldados no vinieron y me giré y les grité y los maldije y permanecí durante varios minutos en la alambrada, manteniendo separados los cables. Cuando me volví de nuevo hacia la alambrada vi a Wetherill y treinta segundos después lo perdí de vista y nunca tuvimos la oportunidad de buscarlo hasta veinticuatro horas más tarde, cuando Atkinson encontró su cuerpo. Una bala le había atravesado la frente y no había recorrido ni un metro después de que pasara la alambrada. Corrí hasta la cima de la colina. Cuando llegué allí el enemigo se encontraba en plena retirada. Ord resultó muerto liderando la carga justo en la cima.

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Comparación de las batallas de Lookout Mountain y de las Lomas de San Juan según dos obras contemporáneas a ambos conflictos. Biblioteca del Congreso de los EE.UU.

Nuestro regimiento salió pésimamente malparado, perdiendo ciento treinta y siete muertos, heridos y desaparecidos de un total de cuatrocientos cincuenta. La Compañía A tuvo cuatro muertos y nueve heridos y dos que no aparecieron en el recuento, probablemente muertos. “S.” fue alcanzado de bala en el pie al día siguiente. Bastante tiempo después de que todo hubiese acabado el enemigo retrocedió hasta una nueva posición y comenzó a abrir un fuego aterrador. Fuimos colocados en la segunda línea, pero nos encontrábamos bajo semejante fuego que no podíamos avanzar más de cien metros sobre el terreno y, además, sus proyectiles estaban aullando sobre nuestras cabezas y explotando de vez en cuando sobre nosotros. Esto continuó hasta oscurecer y entonces no pudimos encender hogueras y tuvimos que vivir comiendo galletas y durmiendo sin abrigo alguno. La mañana siguiente comenzó tempranera y brillante y así se mantuvo hasta el anochecer y tuvimos que besar el suelo todo el día, mientras que un incesante reguero de balas chillaba por encima y alguna que otra vez un gran proyectil gritaba y aullaba al mismo tiempo, estallando en un par de ocasiones directamente sobre nuestras cabezas, arrojando fragmentos entre todos nosotros, por suerte sin alcanzarle a nadie. Justo antes de la puesta de sol llovió con mucha fuerza y tuvimos que aplastarnos contra el suelo y soportarlo. Se paró con el ocaso, tan sólo para ser reemplazado por una hora de terrible tiroteo, hacia las nueve en punto de la noche, y entonces cesó. Completamente empapado y sin otra protección que no fuese un trozo de lona mojada y yaciendo en el frío y puro barro me fui a dormir y dormí profundamente hasta ser despertado al alba por idéntico tiroteo. Hacia las once en punto de la mañana me llegó la orden de presentarme de vuelta en el Estado Mayor del Cuerpo como oficial de intendencia a cargo del reparto para el Cuerpo al completo, y, aunque aquello me reducía la paga de capitán a la de un teniente, fue una orden bienvenida. Había tenido mucho más que suficiente. Me vi obligado a realizar un peligroso viaje a través de una región infestada de guerrilleros españoles, pero hacia el momento en el que partí se envió una bandera de tregua para exigir la rendición de la ciudad y cesaron todos los tiroteos que, según dicen, se reiniciarán mañana. A pesar de ello, el descanso de cuarenta y ocho horas ha significado todo para nuestros soldados, y puede que debamos esperar a que lleguen refuerzos, pero les daremos una paliza. He sobrevivido a una de las más terribles batallas en la Historia, cuando no a la peor de ellas, y no quiero volver a escuchar jamás otro disparo. El valor mostrado por todos fue simplemente sublime, pero la posición es terriblemente difícil de tomar y cualquiera que diga que los españoles no lucharán es un tremendo mentiroso. No necesitas preocuparte por mí ya que mi misión durante algún tiempo me mantendrá a varios kilómetros del peligro. Es un trabajo duro. Nunca realicé en mi vida un trabajo diario más difícil que el de hoy, pero quiero mantenerme lejos del peligro y volver a ver de nuevo a mi adorada. Pobre querida mía, debes de haber sufrido tremendamente con los rumores y lo harás hasta que puedas tener noticias mías de manera definitiva. Al pobre Truman le atravesaron de un disparo la columna vertebral y murió hoy. Se me saltan las lágrimas cada vez que pienso en Wetherill. Pese a haber recibido una bala justo por encima del corazón y de haberle sido atravesado el pulmón, el coronel Egbert se recuperará con toda probabilidad. Todos los restantes se pondrán bien, con la posible excepción de Robertson. Walter Gros, Purphy y Torrey recibieron todos ellos disparos en la pierna. A Walker le atravesaron un hueso, que no se astilló, y Simons fue herido de forma superficial en el brazo. Chas, Byrne y Hunt recibieron disparos que les atravesaron la ropa pero que no les tocaron. No puedo mantener mis ojos abiertos durante más tiempo, mi cielo, así que buenas noches.

Con amor,

                Edwin

P.S.: Esta tarde escribí quince cartas para los oficiales al frente del regimiento.

Finalizada la guerra, Cole recibió la Medalla de Plata por su valentía en San Juan y fue ascendido a capitán. Comenzado el nuevo siglo impartió clases en el Departamento de Ingeniería de las Escuelas de Servicio del Ejército en Fort Leavenworth (Kansas) y escribió diversos artículos y libros de estudio sobre atrincheramientos y cartografía. En 1911, ya comandante de la Reserva, creó el Cuerpo de Entrenamiento de los Oficiales de Reserva. Entre 1912 y 1919 trabajó como jefe del Departamento de Ciencia Militar en el Instituto de Tecnología (MIT) de Massachusetts y durante los años 20 fue el primer director técnico de la Mesa de Directores de la Sociedad Cooperativa de Harvard. Tras una larga enfermedad, Cole murió el 24 de febrero de 1940 con el grado de coronel retirado.

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Fotografía tomada hacia 1908 en Fort Leavenworth. De izquierda a derecha aparecen el general de brigada Frederick Funston, a cargo de las Escuelas, su ayudante, el comandante John F. Morrison y el capitán Edwin T. Cole, profesor decano. U.S. Army

Quien no pudo conseguir medalla de mérito militar en vida pero sacó a cambio un provecho mucho mayor de su participación en la batalla de San Juan fue el mencionado Theodore Roosevelt. Su libro sobre la campaña, The Rough Riders, se convirtió en un gran éxito de ventas desde su aparición en 1899. Este mes de diciembre de 2016 ha sido publicado por primera vez traducido al castellano, en una edición de tapa dura en la que el texto original se ve apoyado por numerosas anotaciones, varios anexos relativos a la correspondencia mantenida por Roosevelt sobre el desarrollo de la campaña y sobre la posible concesión de la Medalla de Honor, y un amplio apartado gráfico que incluye fotografías en blanco y negro y en color, ilustraciones de la época y varios mapas, ya que la edición original estadounidense carecía de cartografía.

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